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El rancho del diablo

En agosto de 1883, en Indonesia -al otro lado del mundo- hizo explosión el volcán Krakatoa, cuyas cenizas dieron la vuelta al planeta y lo oscurecieron levemente; lo que ocasionó que bajaran las temperaturas a nivel global y se recrudecieran los inviernos durante los siguientes años.
Fue esa la razón por la que León amaneció cubierto de nieve la mañana del jueves 5 de febrero de 1885 ante la sorpresa de todos sus congelados habitantes.
La nieve comenzaba a derretirse a eso del mediodía, cuando entró al despacho de los hermanos Juan y Santiago Araujo un hombre con aspecto de ranchero. Los Araujo eran unos conocidos prestamistas, que no agiotistas, que solían cobrar unos moderados intereses.
El ranchero era don Florencio Castañeda, quien les explicó que necesitaba cierta cantidad de dinero para adquirir unos terrenos que le ofrecían en venta al noroeste del pueblo, cerca del Cerro Gordo, y que todos conocían con el sencillo nombre de “El Ranchito”.
El préstamo fue otorgado y ante el notario público don Manuel Chico Negrete, los terrenos quedaron como garantía de pago.
Pasaron los años y a don Florencio no le fue tan bien como pensaba, así que los pagos comenzaron a atrasarse hasta que de plano dejó de hacerlos.
Nos platica don Sóstenes Lira en sus Leyendas: “En vista de que el deudor recurría a cuantos medios le eran sugeridos por su fértil imaginación para eludir el pago de rigor, y con sus artilugios conseguía retardar más y más el cumplimiento de lo pactado, los Araujo se vieron en la necesidad de solicitar los buenos oficios de don Manuel Chico Negrete, quien gozaba de fama en eso de contrarrestar con la fuerza de las leyes, los efectos de cuantas mañas supieran esgrimir los que habrían de ser víctimas de su ciencia”.
El entronque de la avenida Miguel de Cervantes Saavedra con el arroyo de Mariches, zona conocida como "La Silla del Diablo".

Se llevó tiempo y dinero, pero el licenciado logró embargar “El Ranchito” y así se lo hizo saber a Santiago, quien loco de alegría corrió a la cantina donde sabía que se encontraba Juan su hermano, pues este acostumbraba ir allí por las tardes a jugar “conquián”, un popular juego de naipes con baraja española.
Juan estaba tan concentrado en la partida que pareció no hacer caso a su hermano cuando le confió que ya habían embargado los terrenos… y así continuó durante largo tiempo ante todo lo que le decía Santiago, quien finalmente le preguntó: ¿Y qué nombre le vamos a poner al rancho?
Colmada su paciencia Juan le gritó: ¡Vete al diablo!
En lugar de enojarse, una sonrisa se dibujó en el rostro de Santiago y sólo acertó a decir: ¡Así se va a llamar: El Rancho del Diablo!”.
Y con ese nombre se le conoció hasta bien entrado el siglo XX a la zona, que después de venderse y ser fraccionada, fue nombrada como “El Fraccionamiento de Piletas” y que hoy conocemos simplemente como Piletas.
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