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La familia de don Severo
Don Severo llevaba en el nombre su carácter… era uno de esos señores de antes: seco y muy formal, duro padre de familia muy católico. Si hubiera sabido cómo serían las muchachitas en el siglo XXI se muere de un ataque cardíaco; que la verdad, casi lo sufre una tarde a finales del siglo XIX, que fue cuando le tocó vivir.
Una noche doña Serapia, su esposa, lo recibió con la noticia de que su hija mayor, Margarita, ya andaba noviando… y no con cualquiera, sino con Mauricio, el empleado de mayor confianza de don Severo.
"¡Pero cómo! -Grito aquel padre ejemplar-. ¿De qué manera tuvo contacto con ese traidor que ha abusado de nuestra confianza? ¡Margarita solo sale de casa en contadas ocasiones!... Al Parían siempre va al mandado acompañado de su tía Agustina, quien es incapaz de permitir que un hombre se le acerque o siquiera la mire. Los sábados que vamos a dar la vuelta al jardín principal nunca le quito el ojo de encima".
Tampoco podía ser los domingos en misa de Catedral, pues la banca en su totalidad era ocupada por la familia, con doña Serapia en un extremo y don Severo al otro. Reuniones en la casa no había, excepto para celebrar algún santo o cumpleaños, de forma muy sencilla; siempre con desayuno chocolateado o comida con mole. Sin extraños.
De noche menos… pues la ventana de la sala que daba a la calle tenía cerradura igual que la puerta del zagúan y las llaves las guardaba bajo su almohada.
Esa misma noche don Severo sometió a su hija a estrecho interrogatorio; así, descubrió que su primer contacto se dio un mediodía que Mauricio fue a entregar un recado urgente a su jefe, siendo recibido por su ahora amada.
De ese día en adelante a Mauricio le dio por recibir a su patrón todas las mañanas en la oficina y ofrecerse a colgar su sombrero en el clavijero. Casualmente Margarita comenzó a hacer lo mismo en casa cuando su padre llegaba por las noches.
"Por las mañanas Mauricio esconde una cartita en el forro de tu sombrero, papacito… -Confesó asustada Margarita, viendo al piso-.Yo la sacaba en la noche y colocaba un nuevo mensaje que tú le llevabas al día siguiente".
Tamaña afrenta resultaba imperdonable… los regaños fueron terribles y hasta se ganó una nalgadas cuando la enamorada adolescente se negó a romper relaciones con el galán. Perdida la paciencia, don Severo resolvió internar a su hija en el convento donde se encontraba enclaustrada una de sus primas.
Mauricio perdió el empleo, pero no la ilusión de casarse con Maguito; así que una mañana se disfrazó de indio con amplio calzón, camisa de manta, deplorables huaraches y sombrero de manta. Se hizo de una carretilla de madera, fue al convento y tocó la puerta. Fingiendo la voz, pidió que si le podían regalar abono de gallina para su pobre huerto.
Entró guiado por la religiosa… en el patio encontró a Margarita y le guiñó un ojo. Palpitante, pero decidida, en cuanto pudo sustraerse a la vigilancia de sus compañeras fue a reunirse con el novio, quien le ordenó que se acomodara al fondo de la carretilla, puso una manta sobre ella y llenó la carretilla con el abono.
Al salir trató de pagar a la monja que le abrió la puerta, pero esta se negó, aduciendo que ya bastante estaba haciendo con llevarse la basura.
Caballerosa y castamente Mauricio dejó en depósito a su novia en casa de una madrina, quien esa tarde fue a visitar a don Severo para pedir la mano de Margarita para su ahijado Mauricio.
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