Vaya al Contenido
León a mediodía
♪♫ DON - LUIS - LONG ♪♫
Sonaban las tres campanadas del reloj de catedral, anunciando el mediodía y cantando al mismo tiempo el nombre de su diseñador y constructor: el relojero inglés don Luis Long, quien vivió en nuestra ciudad de 1880 a 1927.
Los rayos del sol caían a plomo desde el cenit sobre la desierta y silenciosa plaza principal de aquel León de finales del siglo XIX.
A un lado del Portal Bravo, frente a la tienda de don Ildefonso Portillo, se echaban su siestecita los cocheros y los caballos de las calesas de alquiler, sin imaginar que pocos años más tarde se quedarían sin trabajo cuando llegaran los primeros automóviles.
El grupo de personas sin quehacer que se reunía desde temprana hora a fumar y chismear bajo el naranjo, se trasladaba a la tienda de don Rafael Villalobos, donde continuaba la discusión y desprestigio de la honra de hombres y mujeres.
Las cocineras llenaban el mercado Hidalgo, mejor conocido como El Parián, surtiéndose de verduras frescas; actividad que debían realizar casi a diario, puesto que no existían aún los refrigeradores y sus patrones exigían carne y quesos del día.
Las señoras ricas se consagraban a sus casas, supervisando a la servidumbre y los diversos quehaceres domésticos; mientras que las muchachas mayores –ya casaderas- se dedicaban a bordar o repasar la lección de piano.
De vez en cuando se escuchaba la lejana carcajada de don Serapio Munguía, a quien le encantaba contar chistes a los clientes que visitaban su tienda; o el saludo estrepitoso de don Ángel Bustamante, que a esas horas disfrutaba de un respiro de libertad porque su mujer estaba lejos, en catedral, oyendo misa de doce, mientras él se dedicaba a piropear jovencitas.
También a veces se escuchaban las notas del órgano de la parroquia, que intentaba afinar don Lucio Portugal, el organista.
El mercado Hidalgo o Parián estuvo en lo que hoy es la Plaza de los Fundadores. Se vino abajo después de incendiarse en 1929.
Martes y viernes, entre una y tres de la tarde, llegaban las diligencias tiradas por caballos, levantando el polvo de la Calle Real de Lagos (Hidalgo) o la calle Real de Guanajuato (Madero), según de donde vinieran.
Bajaban los viajeros frente al Mesón de las Delicias (Hoy Casa de la Cultura) y los cocheros de sitio se apresuraban a ofrecer sus servicios a quienes los necesitaran. Un aguador con un cántaro en la mano y otro sobre la cabeza, ofrecía su refrescante líquido a los sedientos pasajeros por un centavo "lo que quisiera tomar".
A las cuatro se cerraban tiendas y oficinas públicas… la mayoría se retiraba a su casa a comer y dormir la siesta, aunque otros aprovechaban  para abarrotar las diferentes cantinas y echarse unos "alipuses" acompañados de abundante botana.
"A las cinco salíamos todos los chicos de las escuelas formando por las calles bullas; corríamos a nuestras casas a empinar la leche de la merienda, y con la licencia materna o paterna, que ya teníamos desde antes conseguida y que sólo se suspendía en caso de castigo, nos lanzábamos al jardín de la plaza, llevando en el bolsillo, en la mano o en la boca la pieza de pan que en ansia de salir no nos había permitido acabarnos en la casa. En el jardín era la cita y allí era Troya, según todos corríamos, gritábamos jugando a los ladrones o a los pronunciados, para lo cual llevábamos nuestras armas de palo, nuestros cañones de Liliput y nuestras hondas no muy inofensivas". Escribía don Toribio Esquivel Obregón en "Recordatorios Públicos y Privados".
A eso de las seis de la tarde el sol se escondía tras el cerro de La Soledad, las tiendas volvían a abrir y el primer cuadro de la ciudad se llenaba de gente como a ninguna otra hora.
Sírvase preferir a nuestro
amable patrocinador:
Regreso al contenido