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Rosa de Castilla
Don Álvaro de Castilla fue el Señor Alguacil Mayor de las Minas de Guanajuato a finales del Siglo XVI y principios del XVII. Su cargo estaba muy bien remunerado, pero en lugar de guardar en un cofre sus monedas de oro, las invertía en bienes raíces, aprovechando los remates y ejecuciones que realizaba la corona española en contra de deudores y que eran llevados a subasta pública.
De esta manera se hizo de una gran propiedad en la recién fundada Villa de León, terreno que se encontraba en la parte oriental de la que hoy es la Calle Tresguerras (antes de Los Olivos) y que iba a dar hasta la margen derecha del Río de los Gómez.
En este lugar, don Álvaro plantó un jardín que llamó "Huerta de los Chabacanes" y que existió hasta la inundación de 1888, cuando su lugar fue ocupado por comercios y casas habitación.
"Don Álvaro de Castilla tenía una hija que, por su belleza juvenil y por muchas otras prendas que la distinguían, era el blanco de las ilusiones de innumerables galanes que gozaban de estimable posición pecuniaria –Nos cuenta don Vicente González del Castillo en su obra "Leyendas y Sucedidos Leoneses"-; pero no parecía que ella ni su padre tuvieran el más pequeño deseo ni el más leve proyecto de que Rosa –así se llamaba- uniera su vida a la de cualquiera de sus pretendientes".
Justo en el semáforo del puente del malecón comienza la calle Rosa de Castilla.
Una tarde como cualquier otra, don Álvaro fue a su casa por unos documentos, llamándole la atención no ver a su hija; a la que fue encontrando en el fondo del jardín, besándose con el hijo de su lugarteniente, quien por la amistad que unía a las familias, tenía libre acceso a la mansión.
El Señor De Castilla no perdió los estribos, sin embargo "una noche sacó de su casa a su hija; él mismo la trajo a León, acompañada de una criada de confianza que se encargaría de vigilarla estrechamente y de atenderla en lo que fuera menester, y la encerró en su Huerta de los Chabacanes –continúa con su relato don Vicente González del Castillo-. El acongojado mancebo se entregó en su tierra, con agotante ardor, al duro trabajo de minero, hasta que al cabo de un año logró reunir regular cantidad de dineros".
Se vino a vivir a León a la casa de un amigo, donde permaneció hasta que logró dar con el paradero de su amada. Compró un pequeño lote que lindaba con la Huerta de los Chabacanes, y junto a la barda construyó don modestos cuartos para vivir en ellos.
No pasó mucho tiempo antes de hacer amistad con el encargado de la huerta, aunque para su mala fortuna éste le confesó que Rosa, la niña que trajeron de las Minas de Guanajuato, había muerto de una enfermedad infecciosa hacía apenas un mes.
"Al pobrecillo se le desmoronó el alma; como sonámbulo caminó a su refugio; grabó con su cuchillo –sólo dios sabe por qué capricho-, en las hojas de su puerta, el nombre  de la amada y se encerró a morir".
Hace cuatro siglos que encontraron en su cuartucho el cuerpo sin vida de aquel joven que murió de amor, sin embargo desde entonces y hasta ahora, esa vía lleva el nombre de su amada… el nombre que grabó en la madera de la puerta que daba a la calle: Rosa de Castilla.
Con solo dos cuadras de extensión, va del Malecón del Río a Tresguerras y comienza frente al semáforo del puente; por donde pasamos a diario sin siquiera notarlo.
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