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Arco a la venta
La inundación de 1888 causó estragos en León y ocasionó que mucha gente emigrara a otras ciudades. Desde entonces perdió su condición como segunda población mexicana en importancia.
La reconstrucción se llevó varios años… el valor de los terrenos cayó irremediablemente y las materias primas para construcción se elevaron casi al doble.
Algunos especuladores y nuevos ricos porfirianos aprovecharon la situación para invertir en la ciudad de León; uno de ellos fue don Alfonso Mier y Terán, quien apenas comenzado el siglo XX compró un terreno en la calle de "Juego de Barras" (que luego sería Morelos y más adelante el boulevard López Mateos) con el fin de construir una gran residencia con un hermoso frente de cantera.
Intentó contratar al eminente arquitecto inglés -radicado en León- don Luis Long para que se hiciera cargo de la obra, pero este debió declinar la oferta debido a que se encontraba saturado de trabajo.
Al problema de la falta de un encargado, se sumó la falta de materiales de construcción, pues todo lo que llegaba a la ciudad estaba ya comprado.
Encontrábase el señor don Alfonso intentando resolver estos asuntos en su habitación del "Hotel Velasco" (calle Juárez), cuando recibió la visita de un tal ingeniero Hipólito Noriega, quien se presentó como "Director de Obras Civiles del Ayuntamiento de León de los Aldamas". Después de mostrar sus credenciales oficiales, don Hipólito pasó a explicar a don Fito que hacía unos años se había construido un arco al inicio de la Calzada de los Héroes, pero que nunca fue idea del ayuntamiento que este monumento perdurara ya que era sólo de ornato; así que por necesidad de fondos para las arcas públicas se había decidido la demolición y posterior venta de la cantera y demás materiales al mejor postor.
El señor Mier y Terán quedó fascinado con lo que escuchó, pues además el ingeniero prometió que el ayuntamiento intentaría convencer a don Luis Long que se hiciera cargo de su proyecto.
La siguiente semana don Hipólito y otros funcionarios viajaron a la ciudad de México a visitar a don Fito en las oficinas de su empresa, donde le entregaron toda la documentación oficial por parte del gobierno que lo reconocía como propietario de los materiales resultantes de la demolición del dicho arco de la calzada. Don Alfonso Mier y Terán dio un cheque al tesorero de aquella delegación como adelanto de contrato y quedó de visitarlos dos días después para la reunión que sostendrían con el arquitecto Long.
Nadie sabe lo que en verdad sucedió cuando Mier y Terán se presentó en Palacio Municipal buscando al ingeniero Noriega, pues ningún testigo fiable dejó documento escrito alguno. Incluso mucha gente sigue negando que esto en realidad sucediera, aunque la leyenda persiste.
Resulta que el ingeniero Noriega era un artista de la estafa y para ello contaba con un grupo de compinches que conocían a la perfección las técnicas para falsificar documentación del gobierno y todo lo necesario para cazar incautos.
Debido a la vergüenza, e intentando no ser el hazmerreir de esta ciudad y de la otra, don Fito no interpuso denuncia alguna, sin embargo contrató un investigador privado que nunca dio con el "ingeniero", a pesar de que cometió una estafa parecida en la ciudad de San Luis Potosí.
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