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El eclipse y otros desastres
El sábado 13 de mayo de 1752, a eso de las cuatro de la tarde, los habitantes de la Villa de León comenzaron a voltear al cielo alarmados, pues un agujero oscuro comenzó a "comerse" la luz del sol.
Treinta minutos más tarde la mitad del astro ya había sido devorado por la sombra. A estas alturas la gente que aún se encontraba en las calles se arrodillaba y con los brazos extendidos pedía perdón al creador. La mayoría ya había cerrado el negocio y corrido a casa o al templo de la Parroquia, la Compañía o Soledad, que estaban abarrotados de fieles que creían se acercaba el día del juicio final.
Para las 5:30 de la tarde la oscuridad era casi total y alcanzaban a verse las estrellas en el cielo. Los pájaros se posaban donde los había sorprendido "la noche" y extrañados dejaban de trinar. El silencio solo era roto por el murmullo de los rezos, el llanto de hombres y mujeres y el ladrido de los perros.
Después de los que debió parecerles una eternidad, la luz comenzó a regresar y los gallos cantaron, solo para irse casi de inmediato, pues el eclipse culminó a eso de las siete de la tarde, cuando el sol ya casi se escondía tras el Cerro de la Soledad.
Pocos durmieron esa noche debido a la angustia que les generaba la incertidumbre de que el astro asomara por el horizonte de nuevo al día siguiente. En su terror, alguien escribió la siguiente composición:

La divina omnipotencia
Quiso mostrar sus enojos
Poniéndonos a los ojos
Un eclipse por su clemencia.
La matemática ciencia
Este eclipse nos anunció,
pues el sol se obscureció:
Se vio a los hombres llorar,
Las estrellas alumbrar,
sábado cincuenta y dos.
Se obscurecieron los rayos
Del planeta más lúcido,
De un negro velo vestido
Se vio en últimos desmayos,
A un mismo tiempo los gallos
Cantaron su contrapunto,
Y al contemplarlo difunto
Los pájaros se admiraron,
Tristes los perros aullaron,
Todos sin cesar un punto,
Ya van siendo años fatales
Los que nuestro siglo cuenta.
Vimos en el de cincuenta
hambres y pestes y males,
Volvamos a los anales
Del siglo que antes pasó,
Que otro eclipse en el que se vio
Y el día trece de mayo
Vimos de Dios un amago
Qué horror y espanto causó.
Don Sóstenes Lira escribe: "4 de enero (1756).- Después de misa conventual, por voz de Juan Bautista, indio ladino que hace de pregonero, y al son de la caja tañida, fueron publicadas las reales órdenes relativas a la extinción de bebidas alcohólicas y las fábricas que las producen".
En 1758 se observa el paso del cometa Haley y en 1762, la villa sufre de nuevo los estragos del Matlazahuatl o Tifus, además de una inundación.
Las cosechas en los años de 1780 a 1783 fueron excelentes, pero durante la noche del 27 y 28 de agosto de 1785, un masivo pulso de frío polar promovió una devastadora helada que mató a toda planta de maíz y cereal en el centro y el oeste de la Nueva España; León no fue la excepción.
Fue tan espantosa el hambre, que por la tradición conservada entre personas fidedignas, sabemos que las gentes recurrían a muladares para recoger hasta los pedazos de suela, que tostados, tomaban como alimento.
En 1781 la villa contaba con la siguiente población según refiere don Juan Antonio Alegre y Agreda al virrey: "Gente de razón 1585; Indios 378; de otras castas, 3544. Total 5507 habitantes en la sola villa, más 2472 indios en el Pueblo del Coecillo y 1386 en el de San Miguel".
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