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El indio triste

Las que  hoy son las calles de Gante y Donato Guerra (entre 5 de Febrero y Pedro Moreno), marcaron el límite oriental de la Villa de León en la época de su fundación.
Años después, a mediados del siglo XVIII, buena parte  de esas tierras fueron adquiridas por el rico minero guanajuatense  Antonio de Obregón y Alcocer, el Conde de la Valenciana.
En la  esquina de Gante y Madero, donde hoy existe una tienda FAMSA, el Conde plantó una hermosa huerta frutal con enormes árboles que delimitaban  arbustos y muchas hileras de flores.
Encargado de cuidar la propiedad  quedó un joven indio Yaqui venido de Sonora, muy alto y de piel anaranjada; que se tomaba muy en serio su trabajo, pero poseedor de un  carácter más bien taciturno. Soltero, rara vez se le veía en compañía de  alguien y nadie le conocía la voz. Por las tardes, cuando el sol ya  había bajado, se sentaba a fumar bajo un enorme árbol que se encontraba a la mitad de la cuadra que hoy es Donato Guerra, junto a un viejo pozo ya seco (hoy es un estacionamiento).
Casi enfrente, donde por muchos años estuvo la Panificadora del Bajío, había una residencia de medianas dimensiones, cuya criada salía todas las tardes a soltar los perros  guardianes que cuidaban el jardín trasero.

Las cuadras del Indio Triste y de La Rosa, hoy Gante y Donate Guerra en su cruce con Madero.

José Francisco, que era el nombre del indio, se ganó la confianza de los animales y a poco se animó a acercarse y dejarle a la criada rosas rojas junto al portón; rosas de las que el plantaba.
Aquel Yaqui, aunque enamorado, nunca se animó a hablarle a la muchachita, sin embargo ella adivinaba que aquel gigante -cuya punta de cigarro iluminaba débilmente su cara de vez en cuando-  era el que le dejaba los regalos. Ella comenzó a corresponderle  dejando ricas viandas de las que sobraban de la mesa de sus patrones.
El  mozo de aquella casa también había estado enamorado de la sirvienta,  pero al no ser correspondido le guardaba un rencor que lo hacía imaginar  mil y un venganzas.
A sus oídos llegó el chisme de que un indio pretendía a su amada, así que después de vigilarla durante varias tardes comprobó la veracidad del rumor, y como suelen hacer los despechados, fraguó un plan para deshacerse de la competencia.
El  pobre José Francisco fue sorprendido una tarde fumando bajo aquel árbol. Por detrás le llegaron seis hombres, amigos del mozo, que con trabajos  pudieron someterlo y asfixiarlo con una cuerda. Cobijados por las  tinieblas, arrojaron el cadáver al pozo, el cual tapiaron con enormes  piedras.
El crimen fue descubierto semanas después, los culpables castigados y la historia del indio y la criada conocida por todos. Desde entonces a la cuadra de Gante se le llamó del Indio Triste y a la de Donato Guerra la cuadra de La Rosa.
Todavía en el siglo XXI, por las  tardes y amaneceres, los habitantes de esas calles pueden escuchar el ulular de los búhos, que se dice "cantan cuando el indio muere".
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