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El Portal Guerrero

Cuando en 1576 se trazó la que hoy es la Plaza de los Mártires del 2 de Enero, ésta era un cuadrado perfecto de aproximadamente ciento veinte metros  por lado. No existían el Portal Aldama, que luego le "robaría" un pedazo a la plaza, y tampoco la pequeña manzana donde se encuentra el Portal Guerrero. O sea que la explanada daba hasta la calle de Belisario  Domínguez.
Pero en 1737, el 19 de julio para ser exactos, el alcalde Joseph Palomino, vecino y mercader de León, aprovechando su cargo, le compra al ayuntamiento la parte suroeste de la plaza y el 31 de octubre del mismo año, el ayuntamiento le vende la parte sureste al capitán de infantería don José del Santo Isla. Ambos terrenos tenían una superficie  de sesenta metros de largo por treinta de fondo y daban a la calle  antes citada.
El capitán del Santo se compromete a construir unos portales con tiendas abajo y casas habitación arriba, en cambio Palomino no se compromete a nada. Es así que hasta el siglo XIX solo hubo portal en la mitad sureste de esa manzana.
El virrey que autorizó esta barbaridad fue don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, célebre por los "trinquetes" que realizaba a lo largo y ancho de la Nueva España y  al que la gente le dedico estos versos:
"Como al pelado, pelón; le dicen por ironía,
Así a su señoría; de Bizarro, Vizarrón.
Puede uno imaginarse la frustración de los propietarios de las casas cuyas fachadas daban a la Plaza Principal, que entonces eran las familias Obregón, Austri y Chávez Campoverde, quienes protestaron ante la  autoridad pero perdieron todo juicio frente aquellos dos nuevos ricos advenedizos.
Con el paso del tiempo la manzana cambió de propietarios y la mitad oriente (la que tenía portal) terminó siendo ocupada por las oficinas y granero del "Diezmo Eclesiástico", que era el impuesto del  10% sobre producción y comercio que cobraba la iglesia a todo católico  de la Villa de León.
La mitad poniente, en cambio, fue ocupada por las oficinas de gobierno y los almacenes de la villa.

Esquina oriente del Portal Guerrero durante la inundación de 1926.

Fue hasta mediados del siglo XIX que los portales del lado oeste fueron construidos; luego de que la totalidad de la manzana fuera comprada por un rico señor llamado don Francisco Soto, quien los mandó construir.
Don Francisco era originario de un rancho cercano a Lagos de Moreno, donde su padre laboraba como peón. Quien sabe cómo, pero logró ir al Seminario de Guadalajara, aunque una enfermedad le impidió continuar sus estudios y se vio forzado a regresar al rancho donde se empleó como maestro de  escuela. En sus tiempos libres fabricaba rebozos que luego vendía en León. A fuerza de trabajo y economías logró distinguirse del resto de los trabajadores del rancho, tanto que se hizo novio y luego se casó con  la hija del patrón.
Pasado el tiempo murió el dueño y luego la hija, heredando el rancho don Francisco Soto, quien lo vendió y con el dinero estableció una fábrica de rebozos en nuestra ciudad, que a la larga lo convirtió en uno de los personajes más ricos de la ciudad.
Debido a  la "Ley de Desamortización de las Fincas Rústicas y Urbanas de las Corporaciones Civiles y Religiosas de México" que en 1856 promulgó el entonces presidente Ignacio Comonfort, el señor Soto fue capaz de comprar aquella cuadra y terminar de construir su portal, el cual fue conocido hasta inicios del siglo XX como "El Portal de Soto".
Aquella  construcción fue muy productiva, pues en toda la planta baja del lado de la plaza hizo tiendas y en los altos casas; ello le produjo consideración social y un buen rendimiento mensual.
Convertido en millonario, casó en segundas nupcias con doña Rafaela Portugal, con quien hizo un viaje por Europa y Medio Oriente, aventura muy inusual en  aquellas épocas, de donde trajo recuerdos y reliquias de Palestina y Roma que distribuyó entre amigos y conocidos sin afán de lucro, pues su espíritu fue siempre eminentemente piadoso.
En el primer local comercial de aquel portal, al extremo oriente, se encontraba la tienda de rebozos del ciego don Pedro Estévez, que siempre iba por la calle elegantemente vestido y del brazo de un muchacho que le servía de lazarillo. En su tienda se encargaba de recibir los pagos, pues a falta de vista, su tacto había adquirido una sensibilidad exquisita que le permitía distinguir las monedas y billetes falsos.

Durante  los años veinte, en este portal funcionó el expendio de gasolina "El  Águila" y donde estuvo el primer sitio de taxis motorizados en León.

Muerto  don Pedro, ocupó el local un francés de nombre don Julio Odoul, que puso  el almacén de ropa "El León de Oro" que desgraciadamente le quebró y  vivió el resto de su vida sostenido por gentes caritativas. Después allí  mismo se estableció la primera sucursal de un banco en León, que fue el  de San Luis Potosí.
En el segundo local del lado oriente estaba la  tienda "La Gran Señora", propiedad de don Manuel Mata y don Manuel  Madrazo, dos españoles que llegaron a nuestra ciudad en 1850 y que  estaban haciendo fortuna con su negocio.
En diciembre de 1862, La  Gran Señora fue robada mediante un túnel que hicieron los ladrones desde  el local contiguo, que era la rebocería del ciego Estévez.
Era  entonces jefe político de la ciudad el señor don Agustín Siliceo, hombre  terrible por su manera sumaria y enérgica de reprimir los delitos, con  lo que había sembrado el pánico entre toda la gente de vida dudosa y  aventurera, y se había conseguido una reputación cruel en la ciudad por  lo sombrío y justiciero de sus métodos.
Aquel hombre no podía  consentir que se burlaran de él unos ladroncetes cualquiera, y menos en  un local de la plaza. Se dio con tal empeño a las investigaciones y  ofreció tal recompensa, que en pocos días logro atrapar a los dos cacos.
Una  vez confesos, y cruelmente golpeados, los hizo llevar frente a la  tienda de Mata y Madrazo, y queriendo poner el ejemplo los hizo ahorcar  en público allí mismo, pasando las sogas por encima de las vigas que  sostenían el segundo piso del portal. Ordenó que los cuerpos se quedaran  balanceando durante varios días para escarmiento de los rateros, pero  al tercero era tal la peste y nauseabundo el espectáculo que la gente  dejó de pasar por el lugar no solo por esa semana, sino meses completos,  contribuyendo a la mala fama y las bajas ventas de La Gran Señora y  tiendas vecinas.
Durante una buena temporada corrió el chiste que don  Agustín, a los ladrones los "mata a madrazos", jugando con los  apellidos de los españoles.

El portal en la década de 1940.

Muchos  años después, en el mismo local se estableció la botica de La Salud, que puso un hijo del doctor Leal en sociedad con otras personas. Don Mariano, que así se llamaba, no era farmacéutico, pero al lado de su padre había aprendido algo de farmacopea e historia de las drogas.
No satisfecha su ambición, supo que el Observatorio Meteorológico de México, deseando tener colaboradores en otras ciudades, ofrecía proveer barómetros, termómetros y otros instrumentos a cambio de que se obligara  a hacer observaciones diarias y las comunicara a la capital.
Cierto círculo de leoneses entonces comenzó a considerar a don Mariano como una especie de brujo, opinión que se veía reforzada por sus hábitos extravagantes; como que los domingos por la mañana atravesaba la plaza y se dirigía a la parroquia a oír misa calzando pantuflas, tocado con un birrete y llevando una blusa de seda de muy dudosa limpieza.
De este local seguían otras tiendas de menor importancia, casi todas ellas expendios de implementos para albañiles y agricultores. Entre los pilares del portal se acomodaban las mujeres con grandes canastos llenos de babuchas y zapatos sin tacón que en aquellos años usaban las señoras del "bajo pueblo".
El útimo local del lado poniente lo ocupó el  cajón de ropa "Las Tullerías" de Etchegaray y compañía y a su lado izquierdo el taller de relojería de don Luis Long… ¡Hasta una estación  de gasolina con bombas expendedoras hubo a principios del siglo XX!, donde se surtieron de combustible y lubricantes los primeros automóviles que rodaron por las polvorientas calles leonesas. Se trataba de "El Águila", precursora de PEMEX.
El restaurante "Safari" con su enorme tarántula en el techo, la paletería "Popis" y sus deliciosas banana split y La Lotería Nacional fueron otros negocios que existieron en las  décadas de 1960 y 1970; aunque los únicos que perduran de aquellas épocasson la "Dulcería Olimpia", aún atendida por el señor Markakis y las famosas cebadinas de la familia Carpio y su receta secreta.
¿Quién no recuerda los expendios de revistas y periódicos "Pancholín" y su rival "Nano´s"?
En el primero -el más antiguo-, algunas personas podían comprar El Excelsior y boletos para las corridas de toros... y digo "algunas" porque don Pancholín, un personaje  regordete, de boina baturra y famoso mal humor, solo le vendía a sus clientes más fieles y a quien le cayera bien. (Prohibidísimo hojear cualquier ejemplar so pena de ser desterrado).
"Nano´s", propiedad de la familia Moreno, abrió sus puertas después, y en él -además de un trato más amable-, se podían comprar los "cuentos" (no comics) de Walt Disney, La Pequeña Lulú, Batman, Archie, Sal y Pimienta, etc. Sin olvidar los posters de los cantantes y artistas más famosos de la época, además de contar con  una amplia variedad de buenos libros a precios accesibles.
"Pancholín" cerró sus puertas a finales de los ochentas, mientras que "Nano´s" lo hizo casi finalizando el siglo XX.

En la primera mitad de la década de los setenta, poco antes de convertirse en zona peatonal.
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