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Felipe "El Ciego"
Todas las mañanas frente a la puerta principal de la Catedral de León tomaba su lugar Felipe el Ciego y comenzaba a pedir limosna, una veces lo hacía de pie, otras de rodillas.
Bajo de estatura y de aspecto grave, usaba saco, chaleco y pantalón que en otros tiempos habían sido de buen casimir; sombrero de fieltro negro muy ajado, pero que portaba con cierta compostura y hasta elegancia.
La gente contaba que había sido rico en la capital mexicana, pero que malos manejos lo habían llevado a la cárcel y el vicio a la ceguera y pobreza.
Su voz no tenía el tono lastimero que usaban otros pedigüeños, y su acento sincero contribuía a estimular la caridad de los fieles.
Durante la intervención francesa de 1864, Felipe aprendió el idioma de los soldados de Napoleón III (algunos aseguraban que ya lo conocía desde antes de caer en desgracia) y se complacía en entablar largas conversaciones con ellos. Aquel ciego tenía pues, una inteligencia y una cultura muy superiores a los demás pordioseros de la ciudad.
Todas las mañanas frente a la puerta principal de la Catedral de León tomaba su lugar Felipe el Ciego y comenzaba a pedir limosna.
Nos platica don Toribio Esquivel Obregón: "Parecía un buen hombre, pero la maledicencia, tomando pie de su conocimiento del francés y fraguadas tal vez por la envidia y la rivalidad de otros de su profesión hacían correr historias terribles. Se decía que durante la permanencia del ejército francés en León, el ciego penetraba en ventas y mesones, se colaba entre los grupos de transeúntes, se acercaba a los corrillos, sin suscitar ninguna sospecha, porque a todas partes llevaba el amplio pasaporte de la caridad. Así escuchaba las conversaciones (…)".
De esta manera descubría a quienes hablaban mal del ejército francés, del emperador Maximiliano y a favor de los liberales juaristas. Así también descubría quienes fraguaban complots, la disposición de tropas y emboscadas liberales y los levantamientos que preparaban los guerrilleros.
Luego iba con los soldados europeos y ellos le pagaban sus denuncias.
De esta manera varios leoneses, supuestamente liberales, terminaron en cortes marciales, para luego ser llevados a la plazuela de San Juan de Dios o frente a las tapias del cementerio de San Nicolás y allí ser fusilados sin piedad.
La gente se creyó la perfidia del ciego espía, que pagaba con la más negra traición la compasiva limosna que le entregaban.
Al abandonar las tropas francesas la ciudad y caer en Querétaro los jefes del imperio, Felipe el Ciego casi fue linchado por la gente, si no es porque en Catedral le dieron refugio y amparo.
Sin embargo no volvió a recibir una limosna sin escuchar antes -en la oscuridad de su existencia- cómo lo llamaban traidor o espía, tal vez sin serlo.
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