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Hábitos higiénicos del siglo XVI

A mucha gente le gustaría viajar en el tiempo y tener la oportunidad de conocer la Villa de León en sus inicios… la verdad es que sería interesantísimo; aunque sinceramente resultaría ser una experiencia más bien repugnante desde el punto de vista de los hábitos higiénicos de los primeros leoneses.
 
A fin de cuentas inmigrantes de primera, segunda o tercera generación, los fundadores de la villa y sus descendientes carecían de los hábitos higiénicos que acostumbraban practicar los habitantes naturales de estas tierras.
 
Los españoles se bañaban, a lo mucho, dos veces al año… y no era por falta de agua, sino porque los médicos de aquel tiempo aseguraban que de penetrar los poros, el líquido podía acarrear todo tipo de enfermedades, por lo que una capa de suciedad (color “natural” de la piel le decían ellos) era deseable. Además, la Iglesia condenaba el baño por considerarlo un lujo innecesario y pecaminoso.
 
Al pueblo lo cruzaban numerosos ríos, arroyos y arroyuelos, además de contar con pequeñas lagunas y ojos de agua, que es donde se bañaban los indios y los esclavos negros, pero tuvieron que comenzar a hacerlo cada vez más lejos, pues los europeos acostumbraban arrojar los deshechos humanos y animales en estas fuentes cercanas.
 
La ropa en aquel tiempo se lavaba con agua y lejía hecha con cenizas y orina, aunque la gente no se cambiaba de ropa durante meses, por lo que generalmente estaba plagada de piojos, liendres y garrapatas, al igual que la ropa de cama.
 
Para sorpresa de muchos, los primeros pobladores si tenían cuidado de sus dientes al igual que los indios. Los españoles los limpiaban con trozos de tela y con cenizas de romero, los indios con ceniza de tortilla. Ambos tomaban estas medidas ya que si algún diente se pudría tendría que ser extraído y eso era bastante doloroso, ya que no había anestésicos.

Al pueblo lo cruzaban numerosos ríos, arroyos y arroyuelos, además de contar con pequeñas lagunas y ojos de agua, que es donde se bañaban los indios y los esclavos negros.

En aquel León primigenio, la existencia de baños era prácticamente nula. Cuando surgía el llamado de la naturaleza, el fondo del patio o un matorral eran los elegidos, según la preferencia de la persona. No era raro también ver a alguien haciendo sus necesidades en la calle. Los sistemas de drenaje aún no existían, tampoco el papel higiénico.
 
La expresión “¡Aguas!”, para advertir a alguien de un peligro, surgió del hábito de arrojar por la ventana de la casa el contenido de las bacinicas que debían drenarse por la mañana y que solían bañar a los desprevenidos peatones.
 
Imaginen caminar por la actual calle Madero sin pavimentar… el polvo bajo los pies no sólo sería tierra, sino una mezcla de ésta con heces humanas y animales. No quiero saber que sucedía en época de lluvias, conociendo como se siguen inundando las calles del centro hoy en día.
 
En fin, estoy seguro de que si visitáramos la Villa de León en el siglo XVII, nos daría la bienvenida un tufo muy poco agradable. No le daríamos la mano como saludo a nadie y menos aceptaríamos sus invitaciones a comer.

Los españoles anunciaban su llegada a cualquier sitio por el intenso olor que despedían sus cuerpos...
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