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La Piedra Parada

Nos cuenta don Sóstenes Lira en sus Efemérides de León que los primeros organilleros llegaron a la ciudad en febrero de 1854.
No tocaban su instrumento en las calles, sino que había que contratarlos exprofeso para que fueran a la casa de uno y colocaban su pesado instrumento de manivela en el zaguán, exigiendo que se cerraran puertas y ventanas que dieran a la calle. Se necesitaba suplicarles mucho para que tocaran más de cuatro piezas seguidas. El precio de cada una era de 25 centavos.
Por esos tiempos vivía en la Calle de los Zapotes, esquina con Tránsito (hoy cuarta cuadra de Constitución, esquina con Comonfort) un matrimonio recién casado. Ella se llamaba Juana María y era muy guapa, dedicada a las labores de la casa; él era Juan Manuel, guapo también y muy trabajador, pero celoso a morir.
En la casa vecina vivía una mujer solterona que cariñosamente trataba de “compadritos” a los recién casados, aunque no dejaba de echar tiernas miradas al compadre, a quien invitaba a cada rato a su casa a escuchar el cilindro que ella contrataba.
“En una de esas ocasiones –Nos cuenta don Vicente González del Castillo- al estarse pitando cierta pieza, soltó (la solterona) estas envenenadas frases: -¿A que no sabe por qué le gusta ese vals a su mujer?... Mejor no le digo; no sea que…” Y haciéndose la inocente, no dijo más ni fue posible sacarle otra cosa que sonrisillas y mohines que provocaban en Juan Manuel, imprecisas, pero muy amargas sospechas”.

Los primeros organilleros llegaron a la ciudad en febrero de 1854.

Pocos días después llegó temprano del trabajo el esposo de Juana María y grande fue su sorpresa al encontrarla muy emperifollada, la mesa puesta para una cena elegante y el organillero sentado en la sala de la casa.
Para colmo de males, Juana María canturreaba la misma tonadilla de vals con que la vecina le había emponzoñado el alma.
No tardó ni dos segundos en armar una historia truculenta en su mente y loco de celos tomó un cuchillo de la cocina. Luego de proferir los más obscenos improperios comenzó a perseguir a su mujer, quien logró salir a la calle, pero fue alcanzada en la esquina y allí, loco de rabia, Juan Manuel la apuñaló en repetidas ocasiones.
El organillero, espantado le gritaba: -¿Por qué hizo eso? ¡Ella lo estaba esperando para celebrarle su cumpleaños… yo estaba esperando que me pagara para tocarle unas piezas musicales!-.
El músico salió corriendo a buscar un “carnita” (que era como le decían a los policías en aquel entonces), pero cuando llegaron solo encontraron una piedra vertical medio enterrada y un cuchillo roto al lado. El cadáver de la bella dama nunca fue encontrado, tampoco el asesino.
Ha pasado más de siglo y medio y la piedra sigue en el mismo lugar… pocos saben porque está allí y todavía menos se refieren al cruce de esas calles con el nombre con el que se le conoció durante muchos años: la esquina de la piedra parada.

La esquina de La Piedra Parada en la actualidad.
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