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Don Ángel Bustamante
Don Ángel Bustamante fue un pintoresco personaje leonés del siglo XIX, propietario de la mansión que luego de ser destruida por el fuego en 1945, ocuparía el edificio del Hotel Condesa, hoy Ramada Plaza.
Don Ángel, a mitad del siglo antepasado, llegó a ser el hombre más rico del pueblo, aunque sus orígenes son más bien humildes, pues llegó sin nada desde Oaxaca. De joven fue dependiente de "Las Palomas", la tienda de ropa  de  don Pedro de Obregón y Pérez Franco , quien lo corrió al no estar muy de acuerdo con su ética comercial.
Con el paso del tiempo el joven Bustamante logró prosperar con su propio negocio de telas. Lo que le permitió comprar a doña Tiburcia Somera y Landeros en 1857 aquella mansión en la plaza principal que no tardó en arreglar y ampliar. La adquisición de aquel inmueble de inmediato lo catapultó a las grandes ligas entre la alta sociedad leonesa.
El portal de la casa, según la describe don Toribio Esquivel Obregón "Era de riguroso orden toscano y de sobria elegancia, aunque las ventanas del alto no correspondían a aquella elegancia, ni el interior a la fachada; sin embargo el patio era espacioso y los corredores que lo limitaban por tres de sus lados eran amplios y daban a la casa un aspecto agradable y alegre".
En 1861 compró el rancho "El Potrero" a don Pedro Carbajal, donde se dedicó a sembrar calabaza, lo que engordó aún más su ya grande fortuna.
A pesar de sus riquezas, la aristocracia local no terminaba de aceptarlo del todo, pues sus trácalas y enjuagues eran un secreto a voces. Incluso el poeta don Luis Fernández le compuso algunos versos:
Un ángel hizo esta casa; pero no un ángel del cielo;
Un ángel de nuestro suelo, nutrido de calabaza.
Tortillas y agua de masa, fue su alimento primero;
Pero quiso la ocasión, que entró en casa de Obregón,
Y de allí sacó dinero (…)
Chaparro, grueso y de piel muy morena -dueño de una personalidad de teflón-, se le resbalaba cuanto se dijera de él y de sus no muy limpias prácticas comerciales, al punto de saludar a todo el que se le cruzaba en la plaza con su potente voz que se oía hasta el otro extremo y llamar "compañero" desde el arriero más humilde hasta al alcalde Muñoz Ledo; quien en una ocasión, cansado de aquella chabacana familiaridad le espetó: "¿Compañeros? ¡Pero si nunca hemos robado juntos!".
En la parte superior podemos ver la que fue la residencia de don Ángel Bustamante en plena Plaza Principal.
En 1859 las fuerzas liberales del general Iniestra atacaron León. Los comerciantes de la plaza principal, resueltos a defenderse, colocaron frente a los portales enormes fardos de manta y ropa a modo de trincheras. El ataque no llegó al centro del pueblo y de inmediato don Ángel comenzó a recoger sus fardos… lo hizo con tal rapidez que "sin querer" metió a su bodega los que pertenecían a don Joaquín González, otro comerciante vecino suyo.
Don Joaquín le hizo ver aquel "error" y don Ángel, deshaciéndose en disculpas, envió a sus cargadores a devolver la mercancía.
Eso sí, lo que don Ángel tenía de pillo también lo tenía de galán… frente a las mujeres se convertía en un terrón de azúcar y jamás se supo que pasara frente a una señorita sin encontrarle algo digno de encomio. Su redonda cara dibujaba una amplia sonrisa y su voz adquiría las más dulces entonaciones mientras soltaba un almibarado piropo.
La esposa del señor Bustamante, doña Josefa Acosta, era una amazona de un metro ochenta, gorda y de temible carácter, que montaba en cólera cada que sorprendía a su marido echando flores al bello sexo.
La casa de don Ángel tenía una tienda a cada lado del zaguán; la del lado norte, llamada "La Mina de Oro", era su negocio de ropa, y ni aún allí se escapaba del espionaje de su esposa, que lo acechaba a través de una ventanilla a modo de claraboya que de la trastienda daba a uno de los cuartos. Sólo cuando su media naranja no se encontraba, el señor Bustamante se permitía lanzar halagos a las muchachas que entraban a su tienda o pasaban por el portal.
Nos cuenta don Toribio Esquivel Obregón: "Los domingos por la tarde acostumbraba ir de paseo a la Calzada montado en un robusto y brillante alazán, ricamente enjaezado con silla vaquera ribeteada y bordada de plata y luciendo a la grupa negro, sedoso y luciente vaquerillo de largo pelo. Llegaba con la jovialidad nativa regando amores y caricias con ojos y boca; pero en cierto momento todo aquello se convertía en desdén y altiva seriedad; entonces todo el mundo, presintiendo la causa de la mutación, dirigía la vista a la entrada del paseo y confirmaba sus sospechas porque aparecía por aquel lado una amplia y coruscante calesa tirada por un tronco de mulas, y dentro del cual, sentada con la majestad de una reina recién elevada al trono, iba doña Pepa acompañada de sus tres hermanas como de corte de honor, aunque aquellas damas estaban bastante pasadas de años y maltratadas de facciones".
El 27 de abril de 1945, un incendio consumió la residencia.
En otra ocasión fue a visitarlos doña Dolores Septién de Torres, señora de rancia prosapia en León. Una criada la hizo pasar a la sala y allí se quedó esperando a que la atendieran más minutos de los que dictan las buenas costumbres. Ya pensaba retirarse cuando escuchó ruidos de golpes, carreras y gritos en el cuarto contiguo, cuando de repente entraron doña Josefa y don Ángel casi en paños menores… aquella golpeando al marido y reprochándole alguna de sus infidelidades.
La escena decidió a doña Dolores a cortar relaciones con gentes tan indignas a su clase social.
Los esposos Bustamante nunca pudieron tener hijos… "A su muerte todos sus bienes pasaron a ser propiedad de un muchacho que habían recogido y adoptado, pero que creció como yerba loca, sin que nadie cuidara que fuera al colegio, y al encontrarse dueño por herencia de una más que regular fortuna, se dio con deleite a derrocharla, logró ese objeto más pronto de lo que se puede suponer y se puso entonces a vender muebles de casa, vajillas y cuanto quedaba de tiempos mejores". –Nos relata don Toribio Esquivel.
Incluso malbarató un retrato al óleo de tamaño natural que el mismísimo emperador Maximiliano de Habsburgo regaló a don Ángel en agradecimiento por haberlo hospedado en su casa cuando su majestad visitó León.
Cuando se supo que el emperador Maximiliano de Habsburgo visitaría nuestra ciudad, don Ángel de inmediato se ofreció a alojarlo en su residencia, aduciendo que era la más grande y lujosa. Y así era…
Aquella noche del 29 de septiembre de 1864, la más alta aristocracia leonesa se dio cita en la mansión Bustamante para asistir a la cena de bienvenida que se le ofreció a su majestad en el patio principal.
Durante su estancia, Maximiliano confirió la Cruz de San Carlos -destinada a premiar los servicios especiales al soberano- a doña Josefa Acosta, la esposa de don Ángel por sus magníficas atenciones y a doña Dolores Septién, por su fidelidad a las ideas monárquicas.
Nos cuenta don Toribio Esquivel Obregón: "En cuanto a don Ángel, aunque su ilustre huésped no le hiciera la honra de una condecoración, no quiso tampoco dejarlo sin la merecida recompensa y ordenó le mandaran un retrato del propio Maximiliano (…). Aquel obsequio vino acompañado con un diploma firmado por alguno de los funcionarios de la corte imperial; pero don Ángel jamás quiso enseñar a nadie tan honroso documento, lo cual fue atribuido a modestia de su parte".
La verdad fue otra y se develaría muchos años después… resulta que el diploma estaba dirigido a "Don N. Bustamante", no a "Don A. Bustamante", lo que dejaba en evidencia que su imperial majestad en realidad nunca puso atención al nombre de su anfitrión, lo cual hirió profundamente la vanidad del hombre más rico de León.
Hizo intentos por que le cambiaran aquel diploma por uno que llevara su nombre correcto, pero entonces Maximiliano cayó fusilado en el queretano Cerro de las Campanas y terminó el segundo imperio.
Para quitarse el mal sabor de boca, don Ángel comenzó a correr la historia de que el emperador lo había nombrado "Conde del Potrero", que era el nombre de su rancho calabacero. Algunos lo creyeron, aunque la mayoría se rió a sus espaldas por tan imaginativa historia y comenzaron a cantarle:
"Aquí del cielo cayó, un ángel dado de bola;
Y una mina se encontró, perdiendo en ella la aureola…"
Amargado por haber perdido sus conexiones políticas con el régimen, la ansiada oportunidad de hacer negocio con las cortes europeas, los honores y ventajas con las que había soñado, don Ángel Bustamante, el oaxaqueño pobre que se convirtió en millonario y recibió en su casa al emperador de México; murió sin haber vuelto a figurar en la política y sin recibir una medalla por soportar con resignación la mano de hierro de su esposa doña Pepa… y sin saber que su hijo adoptivo dilapidaría su enorme fortuna en unos cuantos años.
En su lugar, fueron erigidos los edificios "Pons" y "Hotel Condesa".
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