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El Mesón
de las Animas

Desde su fundación y hasta ya bien entrado el Siglo XX, León contó con un gran número de mesones en los que pernoctaban los viajeros de paso que venían de sur a norte y viceversa.
En la calle Real de Guanajuato, hoy Madero, entre otros se encontraban los mesones de San Cayetano, De Vargas, San José, Santa Ana, La Paz, etc. En lo que hoy es la Casa de la Cultura estaba el mesón de Las Delicias; en la Callejuela Padilla se encontraba el mesón de La Libertad y en Álvaro Obregón el De Pompa; en la Hidalgo el mesón Del Maguey y así…
Pero uno de los más famosos era el mesón de Las Ánimas, ubicado en lo que hoy es la calle Libertad, casi esquina con Madero. Se contaba que antes se llamaba de otra manera, pero que adquirió este nombre luego de que unos viajeros fueran asesinados en él para robarles el oro y la plata que llevaban a la Ciudad de México.
Pintado en la pared del zaguán, había un anuncio que decía: “El encargado de este establecimiento no es responsable por la pérdida de ninguna clase ni por cambio de animales. –Sólo responde de los objetos que se le entreguen en sus manos. Se prohíbe la entrada a personas que no presten garantía.- Se abre a las cuatro de la mañana, y se cierra a las diez de la noche.”
Junto a este anuncio había un cuadro que decía: “Benditas ánimas del purgatorio”. Y se decía que si se daban tres golpes a la pared, después del último campanazo “de queda” de la Parroquia del Sagrario, se escuchaban otros tres golpes dados del lado contrario del muro. Entonces se debía rezar un Padre Nuestro, un Ave María y un Requiescat, para inmediatamente después encaminarse al alojamiento.

Así se ve el Mesón de las Animas desde las alturas en la actualidad.

“Así una noche y otra noche –Escribe don Vicente González del Castillo en sus Leyendas y sucedidos leoneses.- Idéntico escalofrío estremecía la espalda de leoneses y viajeros, desde más allá del siglo dieciocho hasta los cincuentas del diecinueve, en que don Manuel Pacheco, que había comprado el mesón a don Gabriel Aguilar, y éste  su vez lo vendió a don Alejo Toscano, quien empezó a abrir una puerta en aquella pared del zaguán.
No habían sido dados muchos barretazos en aquella pared de adobe crudo, cuando se notó que a pesar del boquete en ella, no se veía la luz del cuarto adyacente que se empleaba como despacho. Se siguió derrumbando con cuidado, y de pronto se dio con otra pared paralela, a distancia de vara y media de la primera. Registrado aquel tabuco, se encontraron cinco arcabuces, cinco lanzas y dos barriles de pólvora… nada más”.
Lo descubierto fue entregado a las autoridades políticas, quienes derribaron totalmente la pared buscando más cosas, pero no encontraron nada. A fin de cuentas se llegó a la conclusión que aquello había sido escondido allí por los insurgentes durante la guerra de independencia.
Con el derrumbe del muro se dejaron de escuchar los tres golpes después de la última campanada de la Parroquia, aunque una mujer continuó santiguándose y rezando frente aquella finca -que ya no era mesón- todas las noches hasta ya muy anciana, allá por la segunda década del Siglo XX.

Aquí se encontraba el Mesón de las Animas en la calle Libertad casi esquina con Madero.
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