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La inquisición en León

En 1620, donde hoy se encuentra el Oratorio de San Felipe Neri en la calle de 5 de Febrero, existió una pequeña y pobre capilla llamada de la Vera Cruz; que por aquel entonces dio nombre a la calle y a una pequeña plaza con jardines que se encontraba exactamente en frente, donde hoy funciona un estacionamiento.
Al fondo de aquella placita, conocida como de “La Santa Vera Cruz”, casi escondido detrás de los árboles, estaba el despacho del tribunal de la temida “Santa Inquisición” de la Villa de León.
Una noche los soldados del virrey irrumpieron en el jacalón del indio Benito, quien vivía en el Coecillo. Lo amarraron a un caballo y casi a rastras lo condujeron a la cárcel, que por entonces se encontraba en lo que hoy es el Pasaje Catedral.
Al día siguiente, confundido y sin saber de qué se le acusaba, fue conducido al tribunal de la inquisición, donde -de entrada y sin mediar palabra- le dieron cien azotes en la espalda.
Amarrado a un poste, sangrando y muerto de sed fue como se enteró de que lo acusaban de herejía y de adorar falsos dioses. Frente a sus ojos los curas arrojaron al piso varios idolillos prehispánicos de madera y cerámica que habían encontrado en su habitación.
- ¡Confiesa y tendrás una muerte sin dolor! –Le gritaron.
- ¡Piedad, señores de Dios!... no les miento cuando les digo que las figuritas las encontré entre unas piedras por el arroyo del Palote donde fui a juntar leña con mi familia…
- ¡Mientes!
- No señores… sería incapaz. Pueden preguntar al cura del Coecillo. Él les confirmará que temo a Nuestro Señor y que voy a misa y comulgo con harto fervor.

Los curas recelosos acordaron darle el beneficio de la duda mientras investigaban en aquella parroquia, con familiares del acusado y sus vecinos. Ordenaron regresarlo a su celda y mantenerlo a agua y pan.
Luego de dos días de investigaciones, el cura del Coecillo confirmó lo dicho por el indio Benito, sus vecinos no tuvieron sino buenas palabras hacia él y sus familiares reiteraron que las figurillas las había encontrado rumbo al norte de la villa de León.
Destruyeron el jacalón del indio y su familia buscando más material comprometedor enterrado en el piso o entre las paredes de adobe, pero no encontraron nada.
Dos meses más tuvo que soportar en la cárcel en lo que la máxima autoridad católica y el virrey confirmaron su liberación, la que finalmente obtuvo, aunque durante el resto de su vida Benito tuvo que ir a misa, confesarse y comulgar cada semana, so pena de ser encarcelado de por vida.
En 1813 el virrey Félix María Calleja firma un decreto donde claramente indica que debe cesar toda actividad de la inquisición, pero el Santo Oficio tuvo un pequeño resurgimiento ya que al quedar nula la constitución de 1812, quiso recobrar el poder que alguna vez tuvo, hasta 1820, que queda completamente expulsada del poder.
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