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¡Qué toque "Pirnos"!
Doroteo Arango, mejor conocido como Pancho Villa, era uno de esos "güeros de rancho", muy atrabancado: de gatillo fácil frente a los hombres, pero de corazón tierno con las mujeres.
Era un abstemio rabioso… sus vicios eran las malteadas de fresa y las palanquetas de cacahuate. Al pueblo que llegaba solía cerrar las cantinas y se sabía que fusilaba "en caliente" a cualquiera de sus Dorados que encontrara borracho.
Vivió acuartelado varios meses en "La Casa de las Monas", en nuestra ciudad de León, donde en una ocasión –contaba mi bisabuelo Marino Rea, que tenía una panadería enfrente- se puso a jugar tiro al blanco con las bubis de las "monas".
Jueves y domingos la banda municipal ofrecía serenatas en el kiosco de la Plaza Principal. Encontrábase el "Centauro del Norte" de buen humor (cosa rara en él) escuchando la música, cuando lo mandaron llamar urgentemente.
Antes de ausentarse ordenó a su general Rodolfo "El Carnicero" Fierro que dijera al director de la banda municipal que de inmediato ejecutara una pieza más. El enviado se dirigió al kiosco y con voz autoritaria le dijo al director: "Que dice mi general que se toque "Pirnos".
Rodolfo Fierro y Pancho Villa.
Bribiesca, que así se apellidaba el director, le contestó cortésmente que podía tocar cualquier pieza, excepto esa. Como respuesta, el músico recibió un fuerte culatazo en la rodilla que lo hizo morder el polvo. "¡No se me insubordine!" –le gritó Fierro y comenzó a patearlo allí mismo ante la espantada mirada de damas y caballeros de sociedad, que eran los que se sentaban más cerca de la banda.
Exasperado por la tardanza y alertado por el barullo que se estaba armando en el centro de la plaza, subió el general al kiosco y descubrió a su subordinado maltratando al viejo músico.
-¡Qué pasa aquí! –Gritó Villa.
-¡Pos que el directorsete éste se niega a tocar "Pirnos", mi general!
-Esa no me la sé, señor general… ¡se lo juro! –Exclamó el director escupiendo un diente.
De inmediato Pancho Villa echó la cabeza para atrás y soltó una sonora carcajada que se oyó hasta la Calzada.
-¡Si serás pendejo, Rodolfo…! ¡Te dije que le pidieras que tocara la última "Pa´ irnos"… nada de "Pirnos"!
Quitándose el sombrero y rascándose los piojos, Fierro ayudó al director a ponerse de pie… y mascullando un "Disculpe usté", bajó los escalones del kiosco.
Meses más tarde, el 13 de octubre de 1915 para ser exactos, Rodolfo "El Carnicero" Fierro, murió ahogado con todo y caballo tratando de cruzar un lago, cargado con miles de pesos de oro.
El Quiosco de León durante la Revolución Mexicana.
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