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Tlacuatzin

Lo nombraron Tlacuatzin por astuto… nació y vivió en lo que hoy conocemos como “Mesa de la Vírgen”, arribita de “los Castillos”, desde donde podía ver todo el valle que luego se llamaría de Señora, más tarde León Guanajuato.
De niño vio como los “pieles blancas” mataron a su padre con una lanza, de esas que “escupen fuego”, y desde entonces los odió. En la adolescencia se convirtió en un feroz guerrero y hábil cazador, capaz de matar a un conejo a cincuenta metros de distancia con arco y flecha.
Un día como cualquier otro bajó a los llanos acompañado por varios miembros de la tribu a buscar comida. Encontrábase cerca del arroyo de Machihues, donde las cascadas que hoy son la colonia Bellavista formaban una laguna. Allí escuchó las risas y gritos de dos mujeres blancas que se bañaban.
Tlacuatzin no lo sabía, pero se trataba de Agustina de Jasso, hija de Juan de Jasso, uno de los primeros españoles en avecindarse en el lugar, antes de que se fundara la ciudad de León. La acompañaba una amiga, una jovencita española de piel muy blanca y rubia cabellera que provenía de la gran Tenochtitlán, ahora llamada Ciudad de México.
Por mucho que intentaron no ser descubiertos, los huachichiles revelaron su presencia y las adolescentes salieron corriendo desnudas en distintas direcciones, gritando ya no de alegría, sino del terror más puro.
Los guardianes del señor Jasso, que las custodiaban como era costumbre en aquella zona tan peligrosa, no tardaron en hacerse presentes, aunque en cuestión de minutos fueron asesinados por los aborígenes.

Entrada al Parque Hidalgo en la segunda década del siglo XX.

Nos cuenta don Gilberto Guerra Mulgado en “León, cuatro leyendas”: “Mientras Agustina, con mayor conocimiento de la región supo sortear los peligros y alejarse sin ser vista, la rubia fue atrapada con descomunal violencia. Los desgarradores gritos resonaron con los ecos; pero nadie apareció para tenderle la mano. Desmayada permaneció sobre el suelo hasta llegar la noche. Los indígenas aquellos no se cansaban de admirar el color claro de sus cabellos, y casi la consideraban como una diosa, si no fuera porque con odio la miraban por ser descendiente de los crueles conquistadores.”
Al día siguiente don Juan y varios de sus ayudantes descubrieron con horror los cuerpo de los suyos, aunque con alivio encontraron viva a Agustina: “¡Bendito sea Dios!, exclamo el conquistador. No conforme con el encuentro ahora el conquistador se dio a la tarea de buscar a la joven rubia. Llegando hasta una fogata que permanecía lánguidamente humeante, dolorosa fue la sorpresa al encontrarse rastros significativos de sangre y apenas algunos cabellos dorados. La joven rubia había sido sacrificada y su cuerpo llevado a las montañas.
A partir de ese momento, el lago que se encontraba en el área de lo que conocemos como Parque Hidalgo, fue conocido como “el de la rubia sacrificada”- Finaliza don Gilberto.
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